domingo, 11 de octubre de 2015

Desazón

Hoy me enteré de que, en el próximo plan de estudios de mi universidad, pasarán los niveles de griego y de latín a ser materias optativas para la carrera de Filosofía.

Esto me llena de una profunda desilusión y desazón. Sólo los de Letras todavía podrán conocer algo de la lengua y cultura griegas antiguas, más allá de que en Filosofía siguen existiendo materias como Cultura Clásica e Historia de la Filosofía Antigua. Me toca emocionalmente porque he logrado obtener mi título de Licenciado en Filosofía el año pasado y hace poco menos de un mes he concursado para la cátedra Lengua y Cultura Griegas I, donde finalmente pensé que tendría la oportunidad de poder enseñar griego a mis alumnos de filosofía, un poco siguiendo el programa y otro poco a mi manera (a la manera del blog), que tanto han cuestionado la pervivencia de dichas materias en el plan.

Las razones no son pocas: tenían 36 materias, sin ningún crédito extra por ello, y además las materias están pensadas para gente de Letras y no veían articulación con otras materias de la carrera. En el caso de Griego en particular, se presuponen conocimientos de gramática española, materia que existe en la carrera de Letras pero no en la de Filosofía (lo cual por cierto es una aberración para mí: si no pensamos el lenguaje, nuestro instrumento de comunicación, ¿cómo podemos hacer filosofía?).

Esto, por supuesto, responde a un momento histórico, a una cuestión política. Incluso en Europa misma las horas dedicadas a las lenguas clásicas, tanto en España, como en Francia o en Italia, han disminuido muchísimo. En Europa. Este artículo por ejemplo habla de la situación en el latín con Italia: http://it.blastingnews.com/lavoro/2015/10/latino-addio-cosi-muore-a-scuola-una-lingua-morta-00587979.html

Pero no me permito hacer falacia ad hominem. Seré diplomático porque entiendo sus razones. Pero tampoco, ni mucho menos, puedo festejar esta decisión desde una falacia ad populum (que sí han cometido las personas que han tomado esta decisión: entre sus pueriles argumentos, figuraba el hecho de que muchas universidades de Argentina tenían griego y latín como materias optativas...).

¿No es hora de que los profesores de clásicas hagan (hagamos) una autocrítica? ¿Se trata solamente de políticas educativas tendientes a la tecnologización, al economicismo, a la plutocracia, al facilismo? ¿O se trata también de que no hemos sabido trasladar la pasión adecuadamente? Estas cuestiones me confirman más que nunca la necesidad de una crítica de la razón clasicista, la necesidad de dejar atrás ciertas jactancias, de dejar atrás el predominio de cierto manejo de la morfología en la enseñanza, para encontrar nuevas maneras más vivaces de enseñar.

Me molesta mucho haber llegado tarde, haber llegado cuando la catástrofe estaba recién consumada, cuando ya pasaron a ser optativas. Mi pasión es esta: yo no puedo dejar de enseñar griego, ni quiero dejar de hacerlo. Me va a doler mucho no tener más alumnos de filosofía, más compañeros míos de carrera sentados, esperando alguna clase motivadora. Ya ni siquiera tendrán la posibilidad.

Pero no me voy a rendir. En reunión de área me dieron por extensión la cátedra de Cultura Clásica. Habrá que empezar a cautivar desde ahí.

Creo que no es un problema de ahora. Creo que es un problema más bien estructural que viene desde hace bastantes años, que trasciende por supuesto a quienes enseñan; trasciende lo personal, desde luego. Y verdaderamente, no hemos quizá tenido el tiempo para pergeñar un cambio en esta cuestión del método. Sin embargo, la pregunta sigue siendo pertinente. Se trata de los presupuestos bajo los que enseñamos. Tiene que ver más con nuestra recepción que con nuestra acción concreta. En mi caso, el tema del doctorado me ha dilatado bastante la posibilidad de pensar seriamente en un método alternativo. Es el problema filosófico, es el problema del "clasicismo", que es una idea renacentista y moderna de la que ninguno de nosotros todavía nos hemos despegado. El clasicismo ha vuelto a matar el latín, e intenta matar al griego (cosa que no logrará porque Grecia sigue viva)... El clasicismo mata, repite la historia como la Tebas de la tragedia griega antigua... con tablitas de morfología que ya ni siquiera se saben de memoria, con un uso exacerbado del diccionario, con una atomización de los textos, su reducción a conjuntos de palabras, con una práctica que cada día parece asemejarse más a la disección de cadáveres...

Sólo la pasión helénica puede salvar, al menos, al idioma griego. En latín son necesarias otras herramientas. El filólogo clásico, para subsistir, como dije antes, debe dejar de ser "clásico"...

También es cierto lo que ocurre a nivel político, los intereses en juego, los planes estratégicos de las universidades, las tendencias al mercantilismo... Todo lo que ustedes quieran. Indigna, enferma, descompone ver millones de dólares y euros gastados en publicidad televisiva, en periodismo de espectáculos... ¿Por qué siempre escuché que me preguntaran por la utilidad del griego y del latín, o de la filosofía, y nunca que me preguntaran por la utilidad del periodismo de espectáculos?

¿Alguien sabe para qué sirve el periodismo de espectáculos?

Pero está claro que el helenismo o el latinismo no puede justificarse por sí solo. Ni tampoco debe, por supuesto. Pero, de proseguir con las defensas habituales del latín y del griego clásico, se seguirá la desaparición de las asignaturas en nuestras universidades.

Este blog entonces será ya un reducto muy importante de defensa en mi ciudad, y puede que en mi país. 

Y es, también, mi último reducto, mi espacio de libertad donde puedo decir lo que pienso a pesar de que Google me espía.

La desaparición del griego y del latín en los planes de estudio no lleva a un mejoramiento de la educación en pos de la multiculturalidad: lleva a la ignorancia del propio idioma, que es el español, y que usa la mayor parte de la gente en este país y en este continente, y a la ignorancia de la historia de Occidente; por ende, también de la historia de Latinoamérica, si tenemos en cuenta que durante más de 500 años hubo un proceso de colonialización y matanzas. 

Dejar de estudiar griego y latín no es descolonizar, sino seguir colonizando, pero esta vez bajo la bandera del vacío. Lo cual implica una colonización PEOR.

Porque así Occidente se eleva como cultura perenne, olvidada de la historia que se inventó para sí misma, olvidada de la tradición clásica. Se absolutizan los franceses, los alemanes, los ingleses. Entonces estudiamos (tenemos profesores muy buenos y apasionados que saben transmitir su pasión en este campo) los galancitos de moda de la filosofía, total para lo otro hay traducciones: Nietzsche, Heidegger, Deleuze, Foucault, Derrida, Simondon... 

¡Todos ellos, sin embargo, grandes estudiosos de los griegos y los romanos!

martes, 2 de junio de 2015

Apostilla a "¿Qué es el helenismo?"

Estoy más que sorprendido por la amplia repercusión que tuvo el último post de mi blog, "¿Qué es el helenismo?". Uno puede ver en el contador de visitas la cantidad de gente que ha visto el blog, y me sorprende que "¿Qué es el helenismo?" se haya convertido, a 7 días de ser publicado, en uno de los posts más vistos del blog.

Normalmente recibía hasta esa fecha entre 60 y 120 visitas diarias (los más provenientes de España y México, ya no tantos de Argentina como al principio...), pero el 26 de mayo he tenido más de 1000 visitas en un solo día, y a partir de ahí el número de visitantes diarios no baja de 120 (que era como ya dije, lo máximo que podía esperar antes de mi último post).

Esto me hizo pensar algunas cosas. Las charlé anoche en casa de mi amigo Miguel Razuc, y él me dijo de escribir una "apostilla". Así que aquí está.

Por ejemplo, lo primero que pienso es en que el post fue muy personal. No sólo estaba dando una respuesta a una pregunta que muchos de nosotros, los que nos dedicamos al griego, nos hacemos, sino también estaba revelando algunas cualidades de mi persona, o por lo menos, si no llegan a ser cualidades, algunas aspiraciones. Fue un poco como desnudarme, hacer que el público conozca la persona que intento ser día a día. Pero esas aspiraciones, tan personales, no son sino lecturas suscitadas por los mismos griegos. Son el resultado de mis lecturas, de mi helenismo, pero también, detrás de eso está, por supuesto, la educación que recibí en el hogar.

La segunda cosa en que pienso es en que hasta ese momento no había encontrado una definición de helenismo por ninguna parte. Ojo: helenismo como sinónimo de Período Helenístico y helenismo como "palabra o préstamo lingüístico de origen griego" sí que son definiciones tratadas en Internet. Pero hasta donde mi conocimiento llega, no existía algo que hable del helenismo como propuesta de valores, de eso a que hacemos referencia cuando nos llamamos "helenista".

Porque ser helenista no es solamente dedicarse a la cultura griega, y mucho menos dedicarse a la cultura griega antigua únicamente. Ser helenista es, también, proponer valores.

Y esa es la tercera cosa en la que pienso: necesitamos valores en nuestra sociedad, valores defendibles y que tengan en cuenta al otro por encima de toda religión y de todo fundamentalismo. El helenismo es para mí eso.

Nuestras sociedades necesitan valores, y los docentes y los padres debemos ser buenos transmisores para que haya una comunicación con el otro. ¿Por qué tantos jóvenes se vuelcan al jihadismo o al neonazismo? ¿Por qué tanto fanatismo? ¿Y por qué, por otro lado, tanto indiferentismo? ¿Acaso el relativismo cultural, esa absurdidad llamada posmodernismo, ha minado nuestras conciencias y ha hecho que perdamos toda noción de respeto por el otro? ¿Realmente se respeta al otro si incluimos en nuestro respeto al intolerante? ¿No podemos estar en desacuerdo con el intolerante? ¿O acaso, por ser respetuosos, respetamos también que exista gente que falte el respeto y agreda a otra gente? ¿Realmente respetar al otro es que todo, incluso la violencia para con el otro, nos dé lo mismo?

Esto dijo uno de los más grandes filósofos del siglo XX, Karl Popper:

"La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrarío, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos"

POPPER, Karl. La sociedad abierta y sus enemigos. Barcelona: Paidós, 1981. (Pág. 512)

Parece una verdad de perogrullo, pero todavía hay gente que cree que el intolerante es aquel que defiende la intolerancia para con el intolerante. En realidad, esas personas se llaman "tolerantes". Porque ser tolerante (de forma activa o pasiva, es decir, "dejando pasar") con el intolerante es defender la intolerancia, y por tanto, convertirse en intolerante.

Como docente (que es una cierta forma de ser padre) voy a defender la reacción contra el intolerante. Y también contra el indiferente, el que no le importa nada. Porque las cosas te tienen que importar; no podés vivir al margen. Toda presencia viva en este mundo repercute de alguna manera en las otras, casi como las mónadas de Leibniz, y dado que la presencia humana en este mundo es fundamentalmente presencia en una sociedad, se hace necesario incluso para nuestra supervivencia tener una posición, tolerante con el otro, sí, pero tener una posición con toda la responsabilidad que ello implica.

lunes, 25 de mayo de 2015

¿Qué es el helenismo?

¿Qué es el helenismo? O mejor, ¿en qué nos convertimos cuando nos convertimos en helenistas? Intentaré dar una respuesta profundamente personal a esta pregunta, para dar la posibilidad a que otro pueda responder de la misma manera a ella (es decir, de forma profundamente personal). De hecho, ser helenista (para mí) es básicamente otorgar a otro la posibilidad de serlo, como lo han hecho conmigo mis profesores de griego (incluso aunque haya debido ser crítico con ellos en algunos aspectos).

Ante todo, considero que el helenismo es una pasión. Una pasión que impulsa desde adentro, sea a través de la sangre o a través del espíritu. Porque el helenista reconoce que la sangre tira, pero el helenista no es racista: reconoce que la pasión es transmisible; que podemos cautivarnos ante la arquitectura griega o ante un texto griego sin ser necesariamente griegos, pero que nos hacemos griegos al descubrir, en cada obra griega, toda la historia y, como dijo un gran helenista que es Saúl Tovar, esa unidad polimorfe que es Grecia, Hellás, diversificada en sus distintas ciudades y unificada, cada vez a su modo, en los sucesivos siglos. Lejos están de ser profundamente helenistas los de Amanecer Dorado, que en su afán nacional(social)ista, no se dan cuenta de que no son sino importadores de ideologías occidentales, en ese sentido, ya que dan a Grecia la impronta de raza cuando en realidad, no es nada más ni nada menos que una cultura.

Ser helenista es sentir a Grecia en cada retoño de esa cultura milenaria, y ver que cada retoño de ella es en sí mismo un legado, y que en ese legado a su vez hay otros tantos legados (Castillo Didier reconoce bien esto). No se trata sólo de las grandes obras de un Eurípides, ni de la cerámica de un Polignoto, ni de la escultura de un Fidias, ni de los versos délficos ni de las inscripciones ni de las leyes de un Licurgo o un Solón, no: es también la vida candente del pueblo griego en los cafés y las tabernas, es también la música de un Xatzidakis, es también la novela de una Alki Zei, también el mundo al que se entra al entrar en una iglesia bizantina, adorar a una Glikifilusa, encender una vela mientras se escucha el retumbante eco de un coro que adora al Kirios, símbolo de la vida de un pueblo profundamente religioso y que frente al invasor turco y al buitre occidental (culturas que, sin embargo, no pudieron evitar ser cautivadas, cada una a su manera, por el genio griego, al punto de convertirse en sus herederas, como sucedió también con las culturas balcánicas y la cultura grecobudista, en los confines del imperio de Alejandro) se valió de sus legados para perdurar aún en las condiciones más extremas. Y sobre todo se valió de la transmisión de sus valores y lograr con ello que sus valores tengan actualidad; así lo reconocen Schadewaldt o Finley.

Pero ser helenista no es solamente sentir a Grecia toda en nuestro corazón. Tal cosa sería dejar de mirarnos a nosotros mismos y contemplar en una visión exquisita y metafísica, inefable e intransferible, a Grecia. Colocarnos en Grecia y convertirnos a partir de allí en autistas.

No. Ser helenista es también pensar y discurrir, y sobre todo, pensar a Grecia. Y pensar en el otro con respecto a Grecia, que por ejemplo podemos ser nosotros, hispanohablantes occidentales.

Ser helenista conlleva encarnar los valores que evocan el legado griego y defenderlos a través de la transmisión. Y ¿qué mejor transmisión que el ejemplo?

¿Pero cuáles pueden ser esos valores? Primeramente el griego dice lo que piensa; el griego necesita expresarse, necesita alzar su voz. Para decir lo que se piensa se necesitan dos cosas: en primer lugar, la libertad, y en segundo lugar, la necesidad de otro interlocutor con el cual estoy debatiendo, frente al cual pretendo hacer valer mi opinión. Por eso el griego es artista, por eso esculpe, por eso crea, por eso repite (y el griego nunca repite sin aportar algo propio) y transmite. Pero ser helenista no es, para mí, caer en la erudición o en la polimatía propia del academicismo que inunda, como una plaga, nuestras universidades; es intentar poner en práctica el conocimiento para el bien común (repito: ¿qué mejor transmisión que el ejemplo? ¿Para qué leer, por ejemplo, la Retórica de Aristóteles si no vamos a intentar aplicar lo que rescatemos de ella a la hora de dialogar e intentar cautivar a nuestra audiencia?). Los valores del nómos para la koinonía. La atenencia al nómos para resistir al poder, irónica paradoja socrática que se oponía a la fuerza como fundamento del poder. La posibilidad de dar la razón al otro para combatirlo y vencerlo en su propio terreno. Ser helenista consiste en atender al otro en ese sentido, porque conceder cuando se debe, decir lo que se debe cuando se debe es una forma de respetar al otro. Darle la posibilidad de saberse, si así lo creemos nosotros, equivocado. Aunque debemos cuidarnos de no lograr los méritos suficientes para que aquello que reprochamos en el otro se nos termine diciendo a nosotros.

Pero desde luego existe una Grecia guerrera y una Grecia asesina, negadora del otro ilota, del otro bárbaro, del otro inmigrante, del otro siervo, que no atiende a súplicas y apila cadáveres en el Escamandro. Ser helenista implica reconocer los atentados contra el otro y aprender de ello para no repetirlos. Ser helenista implica conocer la historia y no taparla. Nada más alejado del helenismo entonces que el gobierno turco negador del genocidio griego y armenio, nada más alejado que una República Macedónica que se proclama heredera de un legado que sólo pudo ser aportado por un griego. Sin embargo, el helenismo se ve reflejado en la conservación arqueológica de las ciudades de Asia Menor, que también lleva a cabo el turco, dando una muestra de respeto.

Ser helenista implica además hacer el esfuerzo de conocernos a nosotros mismos: ¿cómo reconocer al otro sin saber qué somos? Y ¿cómo reconocernos a nosotros mismos sin saber que existe un otro dios que puede, escondido bajo los andrajos de un mendigo o la hospitalidad de una pareja de ancianos, destruirme si me creo autosuficiente respecto para con el destino y el mundo circundante? Porque ser helenista implica ser autárquico y autónomo, pero no implica serlo sin el reconocimiento del otro. El individuo reducido a su propio interés y a sus “derechos de autor” es un invento occidental moderno, la libertad y la autonomía del individuo entendidas como tal traen consigo los problemas que hoy podemos observar en nuestras sociedades, que pese a los grandes esfuerzos insitucionales no logran vencer la apabullante dinámica del mercado, ámbito en que impera un darwinismo tal que el concepto de libertad individual se coloca como alfa y omega de su justificación. Y tal libertad no es otra que la libertad del poderoso, totalmente contraria a la libertad que defendería un helenista, porque, en pos de conseguir y ejercer esa libertad, nos convierte en aves de rapiña dispuestas a trepar en los puestos académicos o jerárquicos pisando la cabeza del otro.

Ser helenista es actuar de la forma propia en la circunstancia justa: templanza y moderación del alma a veces, plenificación del disfrute y goce del cuerpo otras. Es disfrutar de la vida sin olvidar dónde estamos y de dónde venimos.

Ser helenista es también reconocer valor a la política y reconocer que ser apolítico, además de una caradurez imposible de ser llevada a la práctica, representa una carga para el otro. Ser helenista implica poner la política por encima de la economía.

Ser helenista implica ser juez que sea justo en la repartija (nómos) y otorgue su respectivo valor a cada opinión (lejos está el posmodernismo de encarnar un valor helenista, en tanto sopesa todas las opiniones de igual forma y con ello deja espacio a que el mercado, es decir, la tendencia, deje que valore las opiniones de los hombres, en tanto la opinión que más se hace oír, a través de los medios de comunicación, es la que vencerá); ser helenista no necesariamente implica ser demócrata pero sí al menos ser más democrático que darle la palabra sólo al oligarca, como se hace en Occidente: ser helenista es tener la dignidad de un Diógenes ante Alejandro y hablar como Tersites en una asamblea, así como otorgarse la posibilidad de escucharlo si nos tocó ser Alejandro o Agamenón. Pero también es ser consciente de que Tersites puede burlarse de eventos desafortunados y acarrear su propia ruina por ello.

Ser helenista es instruirse en el mito y confiar en la palabra que comunica, que pone en común. Pero aquella instrucción puede convertirse en credulidad si no educa con el ejemplo para ser mejores para con el otro, y esta confianza puede convertirse en ingenuidad si no se aclara con precisión aquello que se quiere decir.

Ser helenista es enseñar a otro a serlo, es reconocer la importancia de la transmisión, como lo hacen Davis Hanson y Heath. Pero fundamentalmente ser helenista es aprender a serlo todos los días, aprender por otro y con otro.

Ser helenista es ser consciente de los valores políticos y ciudadanos que él mismo encarna y es ser consciente de la responsabilidad que asume en la transmisión de los mismos. Ser helenista es ayudar a otro a ser helenista.

Y más que nada, ser helenista (como lo han visto ustedes conmigo) es tomar una posición (y asumirla, como Rodríguez Adrados) ante el juego incesante de contradicciones que Grecia, en su historia, en su mito y en su pensamiento, nos propone. Contradicciones que bien halló un Vernant, que bien bosqueja Pedro Olalla.

Todos esos valores, creo, son los que encarna el helenismo. Todos pueden esgrimirse como resistencia, como críticos del poder fáctico de nuestras sociedades. Y como tales, no veo una razón suficiente para dejar de cultivarlos en todas nuestras sociedades humanas, que tan necesitadas de ellos están. Porque el helenismo, todavía lo creo, es una propuesta de valores susceptible de proyección universal que parte de un profundo amor por Grecia, en toda su extensión. El helenismo no será tal, pienso yo, si no es un helenismo del otro hombre.

jueves, 2 de abril de 2015

Poema escrito en Griego Moderno

Pero también hay desierto en Grecia

No importa, amigo mío,
si viajás mil kilómetros
para ver las hermosas chicas
de Grecia.
No importa cuán lejos huyas
de tu dolor, de tu tristeza,
de los males de tu patria
y de la lucha
de todos los días
por encontrar un lugar
en este mundo,
si buscás el buen vivir
por arriba y por abajo.

Allá vas a encontrar eso
Y todo lo otro  que quieras.

Porque allá vas a encontrar las chicas
y serás feliz, quizás.
vas a encontrar el viento de Miconos,
la pureza del mar,
te vas a sentir fuerte como el viento
y puro como el agua.
vas a encontrar las grandes piedras
y los árboles aun más grandes,
los montes con las Musas y con Zeus
que te van a decir algo al oído.
vas a encontrar la inmortalidad de Atenas,
el pasado que no se fue
y no  se va a ir,
los mejores nenes en la Torre Blanca
y los más queridos amigos,
a Alejandro, a Filipo,
el agua barata y el vino dulce,
y la cerveza, la tradición,
lo contemporáneo y lo inexorable,
el paso del tiempo,
la nostalgia de Odiseo,
las canciones de Homero
y de sus hijos,
en las tumbas micénicas el púrpura
del jefe Agamenón,
en Creta la alegría
de la vida ardiente del pueblo
en la taberna y en el bar.
Y la filosofía de Sófocles
en el teatro de Epidauro,
la isla de Lemnos en el corazón del Egeo,
y la belleza de Santorini,
el Asia Menor con Tales
y Heráclito, el sur de Italia
con Parménides y Empédocles,
las iglesias y los acritas
de una patria perdida.

Todo eso vas a encontrar y todavía más.

Pero, si no crees en la magia
de la historia,
ni en el mito, ni en la razón,
ni en lo divino de la vida,
ni en el reconocimiento de tus errores,
y no te conocés a vos mismo,
quizás (no lo sé exactamente,
mi lucha está acá),
si sos tan estúpido e ignorante,
sólo vas a encontrar el desierto allá,
pero, y es extraño,
ni siquiera vas a poder darte cuenta
de que también hay desierto en Grecia.
Pero también hay desierto en Grecia.

Κ μως πάρχει ρημος στν λλάδα

Δν πειρζει, φλε μου,
ν ταξιδψεις χιλι χιλιμετρα
γι ν δες τ ραα κορτσια
π τν λλδα.
Δν πειρζει πσο μακρι θ φγεις
π τν λπη σου, π τν δνη σου,
π τ κακ τς πατρδας σου
κα π τν γωνα
λων τν μρων
γι ν βρες ναν τπο
σ ατ τν κσμο,
ν ναζητσεις τν εδαιμονα
νωχρι κατωχρι.

Θ τν βρες κε
κα λα τ λλα πο θλεις.

Γιατ κε θ βρες τ κορτσια
κα θ εσαι ετυχισμνος, σως.
Θ βρες κα τν νεμο τς Μυκνου,
τν καθαρτητα τς θλασσας,
θ ασθανθες δνατος σν νεμος
κα καθαρς σν θλασσα.
Θ βρες τς μεγλες πτρες
κα τ μεγαλτερα δντρα,
τ βουν μ τς Μοσες κα τν Ζνα
πο θ σο πον κτι στ ατ.
Θ βρες τν θανασα τς θνας,
τ παρελθν πο δν φυγε
κα δν θ φγει,
τ καλτερα παιδι στ Πργο τ Λευκ
κα τος πι γαπημνους φλους,
τν λξανδρο, τν Φλιππο,
τ φτην νερ κα τ γλυκ κρασ,
κα τ μπρα, τν παρδοση,
τ σγχρονο κα τ νηλς,
τν διβαση το χρνου,
τν νοσταλγα το δυσσα,
τ τραγοδια το μρου
κα τν υἱῶν του,
στος Μυκηναϊκος τφους τν πρφυρα
το νακτος γαμμνονος,
στν Κρτη τν χαρ
τς καυτς ζως το λαο
στν ταβρνα κα στ μπρ.
Κα τν φιλοσοφα το Σοφοκλους
στ θατρο τς πιδαρου,
τ νησ Λμνου στ καρδα το Αγαου,
κα τν μορφι τς Σαντορνης,
τν Μικρν σαν μ τν Θλη
κα τν ρκλειτο, τν Ντια ταλα
μ τν Παρμενδη κα τν μπεδκλη,
τς κκλησες κα τος κρτες
π μαν χσιμη πατρδα.

Τσα θ βρες κε κα κμα περισστερα.

λλ, ν δν πιστεεις στν μαγεα
τς στορας,
οτε στν μθο, οτε στν λγο,
οτε στ θεον τς ζως,
οτε στν ναγνριση τν λθων σου,
κα δν γιγνσκεις σαυτν,
σως (δν τ ξρω κριβς,
γωνα μου εναι δ),
ν εσαι τσο νπιος κα διφορος,
μνο θ βρες τν ρημο κε,
λλ, κα εναι παρξενο,
οτε κα θ μπορσεις ν σημεισεις
τι κα πρχει ρημος στν λλδα.

Κ μως πάρχει ρημος στν λλάδα.