jueves, 2 de junio de 2011

Curso de Griego Clásico - Prólogo

Bienvenidos al Curso de Griego Clásico. Aquí se abre el Curso, con un pequeño Prólogo que explica el por qué del contenido y el por qué de la forma del mismo, si es que logra llegar a buen puerto.

El archivo está en formato PDF y todos aquellos que deseen leerlo y tenerlo pueden descargarlo en el siguiente enlace: (el enlace ya no está más a causa del cierre de Megaupload, así que lo copio íntegro debajo).

Los contenidos del escrito son de mi propiedad. Se autoriza la copia siempre y cuando se especifique la fuente (o sea, de qué blog lo sacaron, y por quién está hecho este blog; o sea por mí).

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Prólogo

Con respecto a la enseñanza del griego clásico en las universidades, podemos formularnos dos incógnitas. La primera refiere a la utilidad de su aprendizaje: ¿por qué aprender griego clásico? La segunda concierne al método de su enseñanza: ¿por qué enseñar griego clásico como si fuera una lengua viva? Aquí intentaré responder ambos interrogantes.

La respuesta a la primera cuestión se dirigirá al público en general, al que invitaré a aprender griego clásico. La respuesta a la segunda, a los docentes, a los que propondré un método acorde con la metodología actual para el aprendizaje de las lenguas vivas.

¿Por qué aprender griego clásico?

Esta pregunta suele surgir a causa del método de estudio a que el alumno debe someterse y a causa de los planes académicos en que esta materia suele enmarcarse. Por esta coyuntura, es difícil generar interés por el aprendizaje del griego clásico en un alumno situado en un contexto cultural y académico de tinte pragmático como el actual.

Lo antedicho representa, claramente, una conjetura: no me baso en datos estadísticos. Pero no es una conjetura inverosímil. Mi experiencia como docente me hace ver que las dificultades que los alumnos de griego tienen a lo largo de los años son las mismas. Por otro lado, el planteo de la necesidad de un cambio de método para las lenguas clásicas no es original. Los trabajos del lingüista Hans Henning Ørberg o del filólogo Luigi Miraglia demuestran que mi propuesta no es un hecho aislado. Entonces, aclaro: no responderé intentando persuadir el gusto personal de nadie en particular, ni (por ahora) criticando los planes académicos de estudio y los métodos empleados para la enseñanza del griego clásico. En mi respuesta a la segunda cuestión realizaremos, sin embargo, una crítica del método llamado tradicional.

Aquí simplemente me limitaré a criticar algunos argumentos falaces que suelen esgrimirse a favor de la erradicación de la enseñanza del griego clásico de los planes de estudio. Así, todo lo que puedo intentar en esta respuesta es generar interés intelectual por una materia, a mi juicio, injustamente descuidada en los planes de estudio universitarios.

Las principales obras escritas en griego clásico y muchas preclaras personalidades hablantes de griego constituyen la fuente de la que se ha nutrido el pensamiento occidental. Incluso llegamos a compartir con aquella cultura de antaño determinados aspectos de la nuestra propia. No me parece que haya que negar este hecho. Como ejemplo palpable podemos mencionar el sistema democrático griego, que sirvió de modelo a los actuales sistemas democráticos, aunque éstos presenten sin duda diferencias con el del mundo griego antiguo.

Por esto, creo que negar el estudio del griego clásico por su poca conexión con el estudio de las humanidades significa soslayar la influencia de la cultura helénica en nuestro mundo occidental y, por lo tanto, ocultar de qué manera se da esa influencia. El desconocimiento del griego clásico genera desconocimiento de cómo se han transmitido los saberes en otros aspectos de la cultura europea occidental, por ejemplo el derecho, la filosofía, la medicina, la física, la matemática, la literatura, la lingüística, la historia, la política.

Ahora bien, lo antedicho no justifica totalmente mi posición. Entonces agrego: para llegar a un conocimiento sólido de una cultura, necesitamos poseer al menos un conocimiento básico de su lengua. Esto se percibe claramente en las lenguas y culturas modernas. Por ejemplo, ciertos juegos de palabras empleados en películas norteamericanas resultan incomprensibles sin un mínimo conocimiento del inglés. Lo mismo, sin duda, podemos decir de las lenguas y culturas antiguas. La comicidad de Aristófanes, el pensamiento de Heráclito y las obras de Aristóteles son asequibles en toda su profundidad si y sólo si poseemos al menos un somero conocimiento de la lengua griega. A mi juicio, las traducciones de Aristóteles al español realizadas hasta el día de hoy presentan severas deficiencias, causadas en buena medida por las enormes diferencias de léxico y de sintaxis entre el griego clásico y el español.

Podemos interesarnos por el aprendizaje de griego clásico, entonces, si atendemos a la relación que poseen las lenguas con las respectivas culturas en que ellas se hablan y a la relación de la cultura griega con la occidental actual.

Por otro lado, resulta evidente por sí mismo que cualquier investigación que se precie de seria acerca de las obras de la antigüedad clásica, del medioevo o incluso de la modernidad o de la actualidad requiere ciertos conocimientos de estas lenguas.

Hay otros argumentos que en cierta medida me convencen, porque involucran aspectos que no se hallan relacionados con la materia en sí misma sino con el contexto académico en que está insertada. Frente a esto, afirmo que los planes de estudio actuales deben ser modificados. Pero la eliminación de griego clásico de los planes contribuirá con el empobrecimiento de la calidad educativa e irá en contra de nuestra propia formación en tanto estudiantes universitarios de humanidades. Esto resulta evidente por el mismo hecho de querer desplazar una materia cuyos conocimientos no se adquieren en otras materias.

Estos argumentos, aunque lícitos, no apuntan al centro del problema: no llegan a visualizar que el sufrimiento del alumno puede acaso deberse a la metodología con que se enseña griego clásico, sufrimiento que puede convertirse en gran placer si ofrecemos una crítica relativamente plausible a semejante pedagogía, cuya calificación de tradicional tiene por desgracia un enorme peso en el ámbito académico. Plantear el problema en estos términos lleva, en efecto, a plantear una propuesta que fomente la participación activa sobre nuestra propia educación. Justamente aquí es a donde queremos llegar.

¿Por qué enseñar griego clásico como si fuera una lengua viva?

No es banal advertir que la mayoría de los alumnos creen que el griego clásico es un idioma que conlleva gran dificultad. Tampoco es banal advertir que estos mismos alumnos no ponen en el mismo nivel de dificultad a un idioma como el griego moderno. Ahora bien, el griego clásico no es más difícil que el griego moderno. Estudiar cualquier idioma conlleva su dificultad; cada uno posee distintas complicaciones dependiendo de la lengua materna del alumno.

Nadie quiere darse por aludido cuando se ve que un alumno que conoce cómo hablar en griego moderno no conoce siquiera la función del καί (“y”) en un texto de griego clásico. Lo he visto con mis propios ojos. Me parece injusto y dañino atacar la inteligencia de esta persona, diciendo que “es un desastre”, cuando en realidad puede sostener conversaciones, o al menos, hilvanar frases, en griego moderno. Poder hablar un segundo idioma con relativa fluidez es, sin duda, un triunfo de la inteligencia personal, sobre todo de la de los que crecen, como nosotros, en ambientes en los que no se habla más de un idioma.

¿No será que hay un problema con el método aplicado para la enseñanza de la lengua que aquí nos ocupa? Abstengámonos por un momento de la tradición e intentemos reflexionar sobre este hecho por nosotros mismos.

Es un hecho que el interés de los alumnos por el griego clásico va in decrescendo, por lo que ya hemos dicho. Es un hecho que la traducción de un pequeño texto griego conlleva, para buena parte del alumnado, un sufrimiento que no siente en otras materias de su carrera. Ciertamente, el alumno puede sentir afición o aversión por el estudio del griego clásico, o de los idiomas en general, o de cualquier otra área. Pero no me parece bien que este desinterés se generalice, como está sucediendo, sin que siquiera nos tomemos el esfuerzo de intentar cambiar nuestra manera de contagiar el afecto que muchos sentimos por la cultura griega antigua. Tal esfuerzo, según creo, debe hacerse en nuestra actitud para con el alumno. Y un cambio en nuestra actitud lleva consigo un cambio en nuestra forma de enseñar.

El griego es una lengua viva. Viene hablándose durante más de 3.500 años. Por supuesto que la lengua ha mutado a lo largo del tiempo. Es preciso notar que esa lengua se generó en el seno de una sociedad tan humana como cualquier otra. Nosotros estudiamos un momento histórico de esa lengua en el que se desarrollaron obras y personalidades que tienen, incluso hoy en día, un enorme peso para toda la humanidad.

Con esta perspectiva histórica, no podemos decir que la lengua clásica es un monumento de la cultura occidental, esculpido en mármol, estático, muerto. Concebir de esta manera una lengua, y enseñar de manera acorde con esa concepción, posee dos terribles implicaciones. La primera es matar o dejar morir la lengua, por convertirla en un enmarañado ἄρρητον (“inefable”), como el Uno concebido por el filósofo Plotino. La segunda es la imposición de un único destino, de un único final para el alumno de griego clásico: la traducción y la interpretación de textos. Aunque estos objetivos no son en absoluto desdeñables (incluso se trata de objetivos que encuadran bien con las metas generales de las carreras de humanidades, según creo), no tenemos motivo para hacer creer al resto del mundo que ésas son las únicas metas a que puede aspirar el estudio de una lengua clásica. Porque creo que esos objetivos pueden incluso cumplirse más eficazmente si creamos usuarios competentes de esa lengua. En efecto, creo que deberíamos dejar de ver en las gramáticas un programa de estudio. Ofrezcamos un compendio progresivamente escalonado de vocabulario, de gramática y de giros conversacionales, enmarcado en contextos comunicativos que estén de acuerdo con investigaciones lingüísticas, filológicas y antropológicas actualizadas y serias, con textos de nuestra propia elaboración cuya dificultad vaya incrementándose no a través de la morfosintaxis, sino mediante contextos comunicativos que involucren una riqueza de vocabulario, una complejidad sintáctica en las oraciones y una variedad de modalidades discursivas cada vez mayor. Apliquemos un método pedagógico comunicativo, cuyo contenido vaya aumentando en dificultad de la misma manera en que lo haría el estudio de una lengua viva.

En efecto, creo que cuando visitemos primero la plaza pública (ἀγορά), podremos contemplar después los monumenta aere perenniora. Tal como el que quiere leer Goethe en alemán de manera fluida no puede hacerlo sin al menos un conocimiento somero de la aplicación cotidiana de las palabras que allí se usan. ¡Cuánto mayor sería el interés general en leer a Eurípides, Jenofonte o Platón si estos objetivos se cumpliesen con la aplicación de este método! ¡Cómo se enriquecerían las interpretaciones, y hasta qué punto aumentaría el nivel de nuestras traducciones! Y lo mejor es que adquirir esta competencia tomaría menos tiempo del habitual.

También es posible, si nuestras limitaciones de tiempo o de nuestros programas de estudio así lo exigen, combinar la antología con la metodología comunicativa. Creo que esto es posible, y hasta sería muy provechoso. Podríamos abrir un pequeño taller de traducción y comenzar con la Anábasis de Jenofonte, tal como propusiera Rodríguez Adrados, para luego ir con textos cada vez más complejos. Aunque en este método nuestro esfuerzo como docentes sea mayor, y quizá debamos incluir notas a pie de página, no será necesario que adaptemos los textos reduciendo su complejidad, por ejemplo, cambiando los tiempos de verbo de las oraciones. No creo que sea necesario correr ese riesgo. Además, creo que avanzaríamos más rápidamente, ya que, para leer a Esquilo, a Hesíodo, o a Heródoto, recurriríamos de forma mínima a los habituales materiales (ya en carácter de complementarios, pero con la importancia de siempre, importancia por cierto bien ganada) de aprendiz de filólogo: diccionarios y gramáticas.

Con respecto a la aplicación de los conceptos propios del análisis lingüístico (creo que siguen siendo importantes para una comprensión cabal de la lengua), es posible que el aprendizaje del alumno sea mucho más eficaz si primero posee un conocimiento mínimo como usuario de la lengua. Mientras el alumno adquiere esta competencia, se le explicará sólo aquellos conceptos que necesite para, por ejemplo, no emplear un nominativo en vez de un acusativo. Cuando se adquiera una determinada competencia se podrá pasar al análisis lingüístico con mucho menor margen de error por parte del alumno.

De más está decir que es necesario que el alumno conozca estos conceptos habiéndolos primero aplicado a su lengua materna (en nuestro caso, el español). En este sentido deberíamos cambiar los planes de estudio: en pos de nuestro enriquecimiento cultural.

Nos basamos entonces en el supuesto de que un usuario competente de una lengua (logrado de forma bastante eficaz por el método comunicativo, a mi juicio) es capaz de tener un nivel de comprensión lectora lo suficientemente sólido como para emprender feliz la navegación por la cultura griega sin necesidad de haber pasado por las Simplégades del escepticismo absoluto y de la pérdida de conciencia de las metas.

Esto es claramente una toma de posición acompañada de una propuesta desde mi condición de pequeño docente y de estudiante. Pretende proponer una alternativa pedagógica a la enseñanza habitual del griego clásico, por la que quizá se me condene, tal vez con intransigente severidad, pero por la que puedo sentirme muy orgulloso de autoproclamarme un studiosus de las lenguas clásicas.